Hoy, después de largas horas de lectura, que al mismo tiempo
no pesan nada, he terminado por fin de leer Paula, de MI escritora, Isabel
Allende.
El camino ha sido largo pues empezó a mis 22 años, cuando mi avidez
por la lectura de Isabel, me llevo a
empezarlo, sin embargo, estando en otra época de mi vida, la deje inconclusa
por las buenas, pues sabía que no era tiempo, que no me estaba deslumbrando, no
por ella, si no por mí.
Empecé hace pocos días, a releer lo empezado y concluir lo
faltante, y es así que siendo las 2:00AM, la he terminado con una extraña sensación
de tristeza profunda. Tristeza por la comodidad de dar todo por sentado, a pesar
de las advertencias que aparecen hasta en la sopa. Tristeza porque me vi rendida,
en el lodo y sin esperanza, aceptando que a veces en la vida, uno tiene que
perder, pero como se puede aceptar la pérdida de un hijo, estoy segura que no
llego ni a imaginarlo.
Me paso que permanecí fuerte en todo el camino hasta que me
faltaban 3 páginas para terminar. Fui fuerte por Paula, considerando que en
varias partes de mis lecturas, hecho a llorar, hasta por el Ahogado más
hermoso del mundo. Sin embargo, me abandone a la desesperación, al mismo tiempo
que la autora, llore y al poner fin a la lectura, me puse a rezar, desde el
fondo de mi alma, por aquello que había cambiado inexorablemente en mí, por
aquello que no tenía a los 22 años, pero que ahora poseo como mi más grande
tesoro, me puse a rezar entre lágrimas por mis hijos, rogándole a Dios, no una
existencia perfecta, sin sobresaltos, pero sí, libre de desgracias insalvables.
Rogué por su salud y sus pequeños cuerpos, que aún aprenden el arte de vivir. Recé
por una oportunidad, para verlos crecer, pero crecer mucho, verlos con sus
nietos, mis bisnietos, en una vida feliz, junto a alguien que los ame.
Y bueno, parece que mi enfoque literario para hacer reseñas
se perdió por completo en esta ocasión.
Sin embargo, gracias por escuchar.
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